Cómo el miedo a perder votos impide al Partido Popular ganarlos (y la lección que nos deja)

El Partido Popular tiene un problema, y no es exactamente el que creen. Su gran obstáculo no es el PSOE, ni Vox, ni siquiera la fragmentación del voto. Es algo más simple y más paralizante: el miedo a perder lo poco que tiene.

Imagínate a ese comerciante de barrio que lleva décadas con su clientela fiel. Cada mañana abre la persiana, saluda a los mismos vecinos de siempre, y se siente tranquilo porque sabe que esos clientes volverán. Pero hay un problema: cada año tiene menos clientes, porque nunca se atreve a renovar el escaparate. "¿Y si cambio algo y Don José deja de venir?", piensa. Mientras tanto, la competencia abre locales más atractivos y se lleva a los jóvenes del barrio. El comerciante no quiere arriesgar, pero a este paso, acabará cerrando de todas formas.

Eso es exactamente lo que le pasa al PP.

El síndrome del voto cautivo

Desde que perdió el Gobierno en 2018, el partido se ha dedicado principalmente a no hacer ruido. Su estrategia se resume en esperar a que el PSOE se desgaste solo, vigilar que Vox no le quite votantes por la derecha, y gestionar bien donde gobierna. No está mal como táctica defensiva, pero es insuficiente para ganar.

El resultado es que el PP se ha convertido en un partido reactivo: reacciona a Sánchez, reacciona a Vox, reacciona a las encuestas. Pero rara vez propone algo que haga que la gente diga "Ah, esto es interesante, esto es nuevo". Y en política, como en casi todo, si solo te dedicas a proteger lo que tienes, acabas perdiéndolo.

Fíjate en un segmento olvidado: los autónomos y microempresarios. En España hay más de 3 millones de trabajadores por cuenta propia que sienten que nadie les habla realmente. No quieren grandes discursos sobre la patria; quieren que alguien les explique cómo simplificar el laberinto burocrático, cómo pagar menos cuotas cuando no facturan, o cómo competir con las multinacionales que tributan en Irlanda. Ahí hay votos disponibles, pero el PP apenas los toca por miedo a molestar a otros sectores.

El único que se atrevió

Hay una excepción en este panorama: Isabel Díaz Ayuso. Durante la pandemia, cuando todos los políticos iban con pies de plomo, ella tomó una decisión arriesgada: mantener Madrid más abierto que el resto de España. Pudo haberle salido fatal, pero le salió bien. ¿El resultado? Pasó de ser una presidenta desconocida a convertirse en un fenómeno político.

No estoy diciendo que su gestión fuera perfecta ni que haya que copiarla literalmente. Lo que importa es la lección: Ayuso creció porque se atrevió a tener una propuesta clara y diferenciada, asumiendo el riesgo de equivocarse. Y los votantes, hartos de tibiezas, se lo agradecieron.

La trampa del centro

El argumento habitual del PP es que debe ocupar el centro para ganar. Y tienen razón... a medias. El centro no significa quedarse quieto en medio, esperando a que los extremos se cansen. Significa ofrecer propuestas moderadas pero valientes, que conecten con la realidad de la gente.

Pero cuando el miedo manda, el "centro" se convierte en una excusa para no decir nada que pueda incomodar. Y ahí es donde el PP se pierde: en intentar contentar a todos, acaba sin entusiasmar a nadie.

La lección

En política, como en el mercado, el mayor riesgo es no arriesgar nada. Proteger lo poco que tienes solo garantiza que, con el tiempo, tendrás aún menos. El PP necesita dejar de ser ese tendero que cuenta obsesivamente a sus clientes de siempre y atreverse a poner algo nuevo en el escaparate.

No hace falta prometer revoluciones. Bastaría con propuestas concretas, con hablar menos de lo que hace mal Sánchez y más de lo que ellos harían mejor. Porque al final, los votantes no buscan partidos perfectos. Buscan partidos que al menos lo intenten.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Las opciones de Pedro Sánchez

Rumanía: una identidad forjada en la adaptación

Esto no va bien. Y lo sabes.