Esto no va bien. Y lo sabes.

Vivimos rodeados de discursos huecos. De trincheras ideológicas que solo saben repetir consignas. De una clase política más preocupada por conservar sus cuotas de poder que por resolver los problemas reales de este país. ¿Y sabes qué es lo peor? Que lo damos por normal. Que lo toleramos. Que lo tragamos como si no hubiera alternativa. Pero sí la hay. La política española está exhausta. No lo digo yo: lo sabes tú, lo sabe tu padre, lo sabe tu compañera de piso. La polarización ha convertido el Congreso en un plató de televisión. Las instituciones han perdido toda credibilidad. Los partidos tradicionales —PP y PSOE— arrastran décadas de corrupción, clientelismo, sumisión a sus aparatos internos. Y cuando surgieron alternativas —Podemos, Ciudadanos, Vox, UPyD— lo hicieron con ímpetu pero sin rumbo. Y fracasaron. No por falta de votos, sino por falta de proyecto. Por falta de integridad. Por falta de altura. España no está estancada: está en retroceso. Mientras otros países avanzan, ref...