El Partido Único Europeo

En la mayoría de los países europeos, llevamos más de 40 años bajo el gobierno de un mismo partido. No me refiero a un partido con un nombre concreto, sino a una estructura de poder que opera como un Partido Único Europeo, con dos alas que se alternan en el poder: una de centroizquierda y otra de centroderecha.


A simple vista, parece que hay alternancia. Cada cierto tiempo, los votantes cansados de una facción votan por la otra, esperando algún cambio. Sin embargo, en términos estructurales, las políticas fundamentales no varían. Lo esencial—la burocracia europea, las directrices económicas, el modelo de sociedad regulada—se mantiene inmutable, independientemente de quién gobierne.

Un relevo sin cambios

Este sistema se basa en una ficción democrática: la idea de que hay una confrontación ideológica real entre la socialdemocracia y el liberalismo conservador. Pero en la práctica, ambos bloques han convergido hasta volverse intercambiables en los aspectos clave:

  • La integración europea: Ninguna de las dos tendencias cuestiona realmente el proyecto de una Europa cada vez más centralizada y burocrática, donde el poder real reside en Bruselas, no en los parlamentos nacionales.
  • El modelo económico: Un capitalismo altamente regulado, con un sector público omnipresente y una carga fiscal enorme, que ahoga la iniciativa privada pero favorece el crecimiento de las grandes corporaciones.
  • La política migratoria: Aunque con matices discursivos, ambos bloques han mantenido una política de fronteras laxas y de multiculturalismo impuesto sin consulta popular.
  • El control social y la corrección política: Las élites de ambos lados han impulsado una sociedad hipervigilada, donde cualquier disidencia es tachada de extremismo y donde la libertad de expresión está condicionada por un consenso impuesto.

Una casta que se protege a sí misma

El Partido Único Europeo se apoya en una red de instituciones supranacionales, medios de comunicación y grandes empresas que garantizan su continuidad. Los candidatos cambian, los rostros en la televisión son distintos, pero la estructura de poder sigue intacta.

Los partidos que realmente desafían este sistema son marginalizados, demonizados o absorbidos por la maquinaria política tradicional. Cada vez que un movimiento disidente crece, la estrategia es clara:

  1. Demonización mediática: Se les etiqueta de populistas, extremistas o retrógrados.
  2. Cooptación: Si logran suficiente respaldo, se les presiona para suavizar su discurso y adaptarse a la línea dominante.
  3. Bloqueo institucional: Si llegan al poder, se enfrentan a un aparato burocrático y judicial diseñado para impedir cualquier cambio real.

¿Es reversible esta situación?

El mayor problema del Partido Único Europeo es que ha generado una desconexión entre las élites y la ciudadanía. El crecimiento de partidos populistas en diversos países es una señal de que el consenso impuesto ya no es tan sólido como antes. Sin embargo, para que haya un verdadero cambio, no basta con votar diferente: es necesario que los ciudadanos recuperen el control sobre la política, rompiendo la hegemonía de las élites y exigiendo una democracia auténtica.

La pregunta es: ¿seremos capaces de romper con este juego de alternancia ilusoria y construir una Europa más libre y representativa?

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