¿Cuánto nos cuesta la corrupción en España? Spoiler: demasiado
Si te dijera que cada año desaparecen en España entre 1.800 y 18.000 millones de euros en corrupción política, ¿te sorprendería? Probablemente no. Ya estamos acostumbrados a que la corrupción sea casi un ingrediente más de la paella institucional.
La pregunta no es si hay corrupción, sino cuánto nos cuesta y quién se lo queda. Y aquí viene la parte divertida (o trágica, según el ánimo con el que leas esto). Porque esos miles de millones no se evaporan como el agua en un día de agosto en Sevilla. Alguien los cobra, alguien los reparte y alguien se los gasta en yates, relojes de oro y mansiones en el Caribe.
El truco es sencillo: cogemos el gasto público total de España, que ronda los 900.000 millones de euros al año, y aplicamos un rango de corrupción estimado entre el 1% y el 5%. Así, las cifras de dinero desviado pueden oscilar entre 9.000 y 45.000 millones. Y de ahí, calculamos que entre el 20% y el 40% de esa cantidad va directamente a financiar partidos y políticos, lo que nos da ese jugoso botín de entre 1.800 y 18.000 millones anuales.
Es decir, una media de 10.000 millones de euros cada año que en vez de ir a hospitales, colegios o carreteras, acaban en alguna cuenta opaca, en una mordida bien calculada o en el bolsillo de algún asesor que, curiosamente, no sabe hacer la "o" con un canuto.
¿Cómo funciona el reparto?
La corrupción es como una partida de póker entre amigos (de esos que se reparten las cartas antes de empezar a jugar). Tenemos varios niveles de jugadores:
1. Los grandes contratistas: Empresas que saben que, con el "contacto" adecuado, el contrato público les cae del cielo. Y si hay que inflar el presupuesto o hacer alguna obra "fantasma", pues se hace.
2. Los intermediarios: Abogados, consultoras y asesores que llevan el maletín de un lado a otro. Son los que convierten una licitación en una "oportunidad de negocio".
3. Los políticos y partidos: Aquí está el toque maestro. No es que el político de turno se lleve el dinero en un sobre (que también), sino que lo mete en la maquinaria del partido: campañas, favores, "fundaciones" y puestos para amiguetes.
¿Y qué pasa con ese dinero? Pues que muchas veces, una parte vuelve a los políticos en forma de sueldazos, bonus encubiertos y colocaciones de lujo. Un político nunca se va con las manos vacías. Como mínimo, se lleva una "buena puerta giratoria".
¿Podemos hacer algo?
Podemos indignarnos, sí. Podemos hacer memes y chistes en Twitter. Pero si queremos que esto cambie, algo más tendremos que hacer. ¿Ideas?
Exigir trazabilidad total del dinero público. Que cualquier gasto del Estado se pueda ver en tiempo real, con nombres y apellidos.
Limitar el poder de contratación de los políticos. Que las licitaciones sean gestionadas por algoritmos imparciales. (Vale, esto suena a ciencia ficción, pero soñar es gratis).
Perseguir el dinero hasta el final. Si una empresa paga sobornos para ganar un contrato, que no solo se multe, sino que se prohíba contratar con el Estado de por vida.
Porque si seguimos dejando que nos roben en la cara con total impunidad, dentro de unos años la corrupción será ya un servicio público más, con su propia ventanilla y su propio ministerio.
Mientras tanto, podemos seguir echando cuentas y preguntándonos: ¿quién se ha llevado esta vez los 10.000 millones?
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