La lotería de los sueños diarios: deséalo, inténtalo y disfrútalo

A veces pensamos que la felicidad es un premio raro, reservado para unos pocos afortunados. Como una lotería. Pero lo cierto es que la mayoría de las alegrías en la vida no caen del cielo: se construyen. Y se construyen con una secuencia simple, casi infantil, pero poderosa: desear algo, intentar conseguirlo y luego disfrutarlo cuando ocurre.

No hace falta que sea algo grande. De hecho, la mayoría de las veces lo que más satisfacción nos da es pequeño. Un gesto que sale bien. Un encuentro que disfrutamos. Una idea que se materializa. Un cambio que por fin nos atrevemos a hacer. Pero ninguno de esos momentos llega si no lo deseamos antes, si no damos un paso. Es como comprar el billete para esa “lotería” diaria: solo participa quien quiere y quien lo intenta.

Y aquí está la clave: si no lo deseas, no lo intentas. Y si no lo intentas, no tienes nada que disfrutar.
Así de simple. Así de claro.

Esto no es una teoría. Es algo que podemos comprobar todos. Piensa en los momentos que más has disfrutado en las últimas semanas. ¿De verdad fueron casualidad? ¿O hubo detrás un deseo, un gesto, un pequeño intento por hacer que pasaran? Una llamada, una invitación, un sí en lugar de un no. Casi siempre hay algo que tú hiciste.


La autoestima, esa palabra tan usada y tan mal entendida, se construye así. No repitiendo frases delante del espejo, sino tomando decisiones que validan lo que deseas. Cuando haces algo que querías hacer, aunque sea pequeño, tu cerebro toma nota: “Esto importa. Esto lo hice yo. Esto merece la pena”. Y entonces aparece la satisfacción, esa que parece escasa en tiempos de velocidad y ruido.

También pasa lo contrario: cuando te pasas semanas sin desear nada, sin intentar nada, sin disfrutar nada, tu percepción de ti mismo se deteriora. No porque te falte nada grave. No porque el mundo esté en tu contra. Sino porque has dejado de participar en tu propia vida. Te has quedado fuera del juego.

No se trata de perseguir la productividad extrema ni de vivir en estado de euforia permanente. Se trata simplemente de estar conectado con tus propios deseos. De no dejar que la vida se te escape entre la rutina y el cinismo. Y de permitirte, de verdad, saborear lo que logras. Porque eso también es importante: disfrutar no es automático. Hay que pararse. Reconocer lo que pasó. Darle valor. Y agradecerlo.

Por eso, si quieres hacerte un favor hoy, haz esto:
Piensa en algo que realmente deseas.
Luego piensa en un paso, por pequeño que sea, que podrías dar hacia eso.
Y hazlo. Sin justificarte. Sin esperar a que alguien te diga si está bien o mal. Hazlo porque sí, porque lo quieres.

Puede ser una tontería: arreglar algo que llevas tiempo dejando, mandar un mensaje, probar una idea, comprar ese billete, empezar ese curso, organizar esa cena, salir a caminar, escribir una página, reservar ese tiempo para ti. No importa lo que sea, importa que lo quieras y lo intentes.

Y cuando lo logres, por mínimo que sea, párate.
Disfrútalo. Saborea el resultado. Respira y di: “Esto lo hice yo. Esto es para mí”.
Ese instante —solo ese— puede valer más que cien horas de quejas o de excusas.

Porque la verdadera “lotería” de la vida no es que te toque algo inmenso, sino que todos los días te puedas regalar algo pequeño. Algo que deseaste, que intentaste y que ahora disfrutas.

Eso, créeme, vale más que cualquier premio millonario. Y lo mejor: está al alcance de cualquiera que quiera vivir despierto.

Así que, para concluir, recuerda esto: tu felicidad y tu autoestima no dependen ni del azar ni de lo que hagan los demás. Dependen de tu propia capacidad de desear, de intentar y de disfrutar esas pequeñas cosas de la vida. No lo dejes en manos ajenas: toma tú el control y hazlo. Porque en ese simple acto de atreverte a soñar e intentar, está la verdadera clave de tu bienestar.

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