China regresa, EE.UU. declina: un viaje por la memoria de los imperios

Ahora que estamos asistiendo al ocaso de la hegemonía de Estados Unidos, el día en que un desfile militar en Pekín ha dejado claro cuál vuelve a ser el gran imperio eterno, es buen momento para reflexionar sobre la historia de los imperios. Al fin y al cabo, todos ellos se creyeron invencibles, todos se presentaron como eternos, y sin embargo lo único que realmente quedó de cada uno fue el recuerdo, el legado que la historia quiso conservar. Los imperios no son más que eso: memoria selectiva. Su duración y su extensión impresionan en los mapas, pero lo que de verdad importa es lo que aún hoy evocan sus nombres.

Los primeros en levantar esa ambición fueron los sumerios, en Mesopotamia, hace más de 5.000 años. No tuvieron un imperio en el sentido clásico, pero sí la primera gran civilización organizada, la primera escritura y las primeras ciudades. Duraron unos 1.500 años (aprox. 3.500–2.000 a.C.), y su huella máxima abarcó la fértil región entre los ríos Tigris y Éufrates. Su legado no fueron conquistas militares, sino algo mucho más duradero: la capacidad de dejar huella escrita.

Luego llegaron los egipcios, que construyeron un imperio que se extendió durante casi tres milenios (aprox. 3.100–30 a.C.), dominando el valle del Nilo y, en su máxima extensión, alcanzando Nubia al sur y el Levante al norte, unos 1,5 millones de km². Más que por sus conquistas, a Egipto se le recuerda por haber erigido construcciones inmortales, pirámides y templos que todavía hoy desafían al tiempo. Su obsesión por la eternidad logró lo que ningún ejército: que su nombre perdure más de 5.000 años después.

Los griegos nunca tuvieron un imperio unitario, salvo en la breve pero intensa etapa de Alejandro Magno. Su conquista, en apenas 13 años (336–323 a.C.), llegó a abarcar más de 5 millones de km² desde Grecia hasta la India. Fue un imperio fugaz, pero su legado es eterno: la filosofía, la ciencia, la democracia, las artes. A los griegos se les recuerda por haber enseñado a pensar, no por haber conquistado territorios.

Los romanos fueron, en cambio, maestros de la organización y la permanencia. Durante más de mil años, desde el 509 a.C. hasta la caída de Occidente en el 476 d.C., dominaron el Mediterráneo y gran parte de Europa, alcanzando unos 5 millones de km². Su recuerdo no es solo la gloria militar de las legiones, sino sobre todo el derecho, la ingeniería, la logística, el orden urbano y hasta los espectáculos que llenaban los anfiteatros. Roma fue un imperio de leyes antes que de territorios, y por eso todavía vivimos bajo su sombra.

Los sirios, con el Imperio Asirio (911–609 a.C.), fueron temidos y respetados. Su extensión máxima llegó a 1,4 millones de km². Más que un legado cultural brillante, dejaron la impronta de un poder militar despiadado y centralizado, precursor de muchas estructuras estatales posteriores.

Los árabes, con el califato islámico (622–1258), se expandieron desde la península arábiga hasta abarcar unos 13 millones de km² en su punto máximo. Su duración, más de seis siglos, se tradujo en un legado de conocimiento: matemáticas, medicina, astronomía, agricultura. Fueron puente entre oriente y occidente, transmisores de saberes que Europa recuperaría en el Renacimiento.

Los chinos son quizá el ejemplo más tenaz. Con dinastías sucesivas desde el 2.000 a.C. hasta hoy, han sido el imperio más duradero, más de 4.000 años, con altibajos pero sin desaparecer. En su máxima extensión bajo la dinastía Qing (siglo XVIII), alcanzaron unos 14 millones de km². Su legado no se mide solo en territorio, sino en estrategia: fueron y siguen siendo los maestros de la paciencia y la planificación a largo plazo, capaces de esperar siglos para consolidar su lugar en el mundo.

El Imperio Otomano (1299–1922) fue durante seis siglos el guardián de la frontera entre Oriente y Occidente. En su apogeo abarcó 5,2 millones de km², controlando los Balcanes, Anatolia, Oriente Medio y el norte de África. Su recuerdo está en la habilidad para administrar una diversidad inmensa de pueblos bajo un mismo poder, y en haber mantenido durante siglos la llave del Mediterráneo oriental.

En la India, el Imperio Mogol (1526–1857) dejó un esplendor artístico y arquitectónico único. Llegó a abarcar unos 4 millones de km² y duró más de tres siglos. Su legado no son tanto sus batallas como la síntesis cultural y el arte, con joyas como el Taj Mahal, que aún hoy es símbolo de belleza universal.

España, entre 1492 y 1898, construyó el mayor imperio de su tiempo, con más de 20 millones de km² en su apogeo. Duró más de cuatro siglos. Su legado fue mucho más que conquistas: la lengua, el mestizaje, el orden y la ley, el arte de la navegación y la logística, y el mayor patrimonio cultural que la humanidad conserva, desde ciudades coloniales hasta universidades, catedrales y caminos.

Los ingleses, desde el siglo XVII hasta mediados del XX, levantaron el imperio más extenso jamás visto: casi 35 millones de km² y más de 400 millones de súbditos. Duraron tres siglos, y aunque su dominio fue vasto, lo que se recuerda de ellos no es tanto la justicia o el mestizaje, sino la piratería naval convertida en comercio, la revolución industrial y un talento singular para aparentar y engañar, disfrazando saqueos bajo formas diplomáticas y teatrales.

Franceses, alemanes y holandeses tuvieron imperios coloniales más cortos y limitados, sombras en comparación. Francia llegó a controlar 13 millones de km² en el siglo XIX, Holanda cerca de 2 millones y Alemania apenas mantuvo colonias durante unas pocas décadas. Serán recordados más por su papel europeo que por su ambición imperial.

Y, finalmente, Estados Unidos, el último gran imperio. Su extensión nunca fue tan vastísima como la británica (9,8 millones de km² de territorio propio), pero su poder alcanzó todos los rincones del planeta durante el siglo XX y XXI. En poco más de un siglo de hegemonía, han conseguido convertirse en el imperio más influyente y también el más controvertido: el que más guerras provocó, el que más engañó y robó, el que disfrazó su piratería bajo la sonrisa de Hollywood y la retórica de la libertad. Su recuerdo no será el de un legado cultural luminoso, sino el de la gran potencia que se consumió en su propia arrogancia.

Y así, vistos en conjunto, los imperios muestran su verdadera fragilidad. Lo que parecía eterno se resume en unas pocas líneas: escritura, pirámides, filosofía, derecho, matemáticas, arte, navegación, piratería, propaganda. Al final, los imperios son lo que se recuerda de ellos, y ese juicio es mucho más implacable que cualquier ejército enemigo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Las opciones de Pedro Sánchez

Rumanía: una identidad forjada en la adaptación

Esto no va bien. Y lo sabes.