Los pensadores son una plaga

En 1971 tuve la enorme suerte de que pasara por mi vida Francisco Jiménez, mi profesor de filosofía de sexto de bachiller. Un señor de unos 40 años que acabada de abandonar su carrera de cura. Yo estudiaba entonces en el Instituto de Enseñanza Media Santa María de la Rábida, en Huelva. El instituto estaba, y sigue estando, en un precioso edificio de techos muy altos y puertas enormes, con una preciosa galería que daba a un luminoso jardín interior. Un espacio magnífico para aprender. Al menos así es en mi recuerdo.


Nos sentábamos en nuestra bancas y abríamos los ojos, a veces con curiosidad y otras con aburrimiento, para dejar entrar en nuestras cabezas todas aquellas cosas complicadas que nos explicaban esos hombres y mujeres, muy serios casi siempre, encargados de contarnos como era y como funcionaba el mundo.

Todos venían con las respuestas a nuestras preguntas. A veces, muchas veces, nos daban respuestas a preguntas que nunca nos habíamos hecho. En casi todos los casos, el método consistía en que nosotros entendiéramos a qué pregunta correspondía la respuesta que nos acababan de dar. Aprendíamos que las manzanas caen porque existe la ley de la gravedad y entendíamos que nos deberíamos haber preguntado por qué caen las manzanas. 

Ese ha sido, en el fondo, el método de enseñanza, darnos respuestas y buscar las preguntas que corresponden. Don Francisco Jiménez, el profe de filosofía, era un transgresor. Su método era muy diferente. El primer día de clase, en la que entramos seguros de que nos aburriríamos como ostras, Don Francisco después de decirnos que estábamos todos aprobados (¡el primer día de clase!) nos pidió que hiciéramos una lista de nuestras preguntas más difíciles. En la gran pizarra de aquel aula escribimos preguntas que iban desde la existencia de Dios hasta la diferencia entre los hombres y otros animales pasando por temas tan de moda en el fin del franquismo como qué es la libertad.

Don Francisco me enseñó, nos enseñó, a pensar en nuestras preguntas y rebuscar para separar lo que sabemos de lo que entendemos y lo que no entendemos de lo que ignoramos. Buscar las preguntas ya era un ejercicio apasionante. En cada clase trabajábamos una pregunta, un equipo proponía respuestas y los demás teníamos que cuestionar implacablemente las respuestas que proponía aquel equipo.

Por eso hoy, cuando me asomo a las redes sociales o a las deprimentes tertulias de la tele, solo encuentro una verdadera plaga de “pensadores” (aunque muchos parecen no haber pensado nunca) que se afanan en dar respuestas a preguntas que ni ellos mismos se han planteado.


El colmo de especimen de esta plaga es Paulo Coelho, el generador de memes. Cada día veo (y me asusto) decenas de “memes” al estilo Paulo Coelho. Cada una de estas absurdas publicaciones ha sido compartida por decenas o miles de personas que ni saben quién es Paulo Coelho -¡yo tampoco!- ni si él escribió esa frase ni si es cierto (o al menos lógico) lo que dice el meme ni que significa ni por que la comparte.

Pero lo peor, lo más grave de la "plaga Coelho, es el efecto de conseguir que muchas personas (muchísimas) no rebusquen en su cabeza para encontrar sus preguntas, que no lean y escuchen buscando respuestas y, lo más triste, que perdamos el hábito de examinar con mente crítica las respuestas que nos dan.

Puede ser, es posible, por suerte no estoy seguro, pero quizás, la razón de que no hayamos mandado al rincón de pensar a Pedro Sánchez, cómo si hemos hecho con Albert Rivera, o el motivo para que tantos hayan votado a VOX o sigan votando a Podemos, es, simplemente, que estamos perdiendo nuestra capacidad de filtrar y juzgar lo que escuchamos o leemos.

Yo sigo, desde que conocí a Don Francisco, haciéndome preguntas, buscando respuestas y dudando de las respuestas que encuentro.

Los pensadores profesionales son una plaga 
¡Piensa! No dejes que nadie piense por ti 

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