Prostitución institucional: cuando los ministros trabajan para siete diputados
A finales de los 80, en Banesto, lo que me hizo huir no fueron delitos evidentes—yo no veía los balances—sino comportamientos repugnantes que se exhibían sin pudor. Cuando lo indecente se normaliza públicamente, es fácil suponer que por detrás hay algo mucho peor. Y así fue: poco después vino la intervención y la cárcel para su presidente.
Tres cosas me alarmaron entonces, y las tres vuelvo a verlas hoy en la política española:
1. Comportamientos indecentes como práctica habitual
Veo al ministro Albares dedicando tiempo en Bruselas a oficializar el catalán en la UE. No como política lingüística—derecho legítimo—sino como pago político a Junts per Catalunya, partido con siete diputados, minoritario incluso en Cataluña e irrelevante para el 98% de los españoles. Un ministro de Exteriores que prostituye su función: sustituye el servicio a los ciudadanos por la satisfacción de intereses particulares de quien sostiene al gobierno.
2. Se hacen públicamente, sin pudor ni escrúpulos
Lo más inquietante no es que ocurra—la política siempre ha tenido sus miserias—sino que se exhiba abiertamente. Albares no oculta que negocia política exterior como moneda de cambio parlamentaria. Si esto es lo que vemos en superficie, ¿qué habrá por detrás?
3. Nadie reacciona, luego no se corrige
Como en Banesto, la normalización es el síntoma terminal. Cuando un ministro puede hacer esto sin escándalo inmediato, sin dimisiones, sin rebelión interna en su partido, el sistema está enfermo. Y lo que no se corrige, crece. En Banesto creció hasta el colapso. Aquí crecerá hasta la crisis institucional.
La diferencia es que en Banesto robaban dinero—delito claro que acabó en tribunales. Aquí prostituyen la democracia: decisiones de Estado tomadas no por interés general sino por aritmética parlamentaria. Técnicamente legal, políticamente obsceno. Pero la crisis llegará igual.
No sé si habrá delitos judicializables—aunque algunos casos abiertos podrían llevar ahí—pero sí habrá ajuste de cuentas. Cuando el electorado descubra que eligió un gobierno y le entregaron un rehén, la reacción será brutal.
En Banesto no me equivoqué: me fui a tiempo. Vi los síntomas, supe interpretarlos y actué en consecuencia. Otros se quedaron y pagaron las consecuencias.
Hoy veo los mismos síntomas en la política española. Y esta vez no tengo dónde huir—es mi país entero el que está enfermo. Pero al menos puedo hacer algo que entonces no hice: decirlo en voz alta mientras otros normalizan lo indecente.
La tormenta llegará. Siempre llega.
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