Sanidad Pública: ¿Un Orgullo en Peligro?
La Sanidad Pública es uno de esos orgullos que los españoles solemos defender con vehemencia. Y con razón: garantiza que cualquiera pueda recibir atención médica sin importar su bolsillo. Pero, ojo, también es un sistema que está tambaleándose, y si no hacemos algo, podría caer. Hoy quiero hablar de los riesgos que la amenazan y por qué es urgente ponerse manos a la obra.
Empecemos por los costes. La Sanidad Pública se lleva una buena parte de las cuotas de Seguridad Social que pagamos. Si comparamos con lo que cuesta la Sanidad Privada, la diferencia es abrumadora. ¿Significa esto que la pública es peor por definición? No necesariamente, pero lo que sí queda claro es que hay un problema serio de eficiencia. Estamos gastando mucho más, pero no obtenemos un servicio mejor.
Si el dinero que ponemos en la Sanidad Pública se reflejara en servicios de diez, sería otra historia. Pero lo cierto es que las listas de espera interminables, los hospitales que se caen a pedazos y los plazos absurdos para ver a un especialista son el pan de cada día. Y esto, claro, mina la confianza de la gente. Porque si estamos pagando tanto, ¿no deberíamos recibir algo acorde?
Vale, entendemos que la Sanidad Pública tiene una estructura mastodóntica y que no es lo mismo atender un resfriado que manejar tratamientos complejos o enfermedades raras. Hasta aquí, todo correcto. Pero incluso aceptando que un sistema así tiene sus costes adicionales, la brecha entre lo que pagamos y lo que recibimos sigue siendo injustificable. Y lo peor es que esto no solo afecta a la percepción de los ciudadanos, también pone en peligro la supervivencia del sistema.
Si no cuidamos la eficiencia de nuestra Sanidad Pública, estamos firmando su sentencia de muerte. El dinero no es infinito, y seguir tirándolo en gastos innecesarios o en una gestión ineficaz no es sostenible. Lo más preocupante es que hay quienes prefieren mirar hacia otro lado y defender el sistema tal como está, como si criticarlo fuera sinónimo de estar en contra de él. Nada más lejos de la realidad. Ser críticos es la única forma de salvarlo.
Si queremos preservar la Sanidad Pública para las generaciones futuras, necesitamos un plan serio, profesional y ambicioso. Hacerla eficiente no significa recortar derechos ni calidad. Significa gastar mejor. Que cada euro invertido vaya donde de verdad hace falta. Que los procesos se optimicen, que las compras se gestionen con cabeza y que las decisiones se tomen pensando en los pacientes, no en intereses políticos.
Eso sí, hay una línea roja que no podemos cruzar: la privatización. Cualquier colaboración con empresas privadas debe ser transparente y estar perfectamente regulada, pero el derecho a la salud no se negocia. La gestión de la Sanidad Pública debe seguir siendo pública, porque si algo nos ha demostrado la historia es que, una vez privatizada, recuperar el control es casi imposible.
La Sanidad Pública española es un tesoro, pero está en peligro. Si queremos que siga siendo un derecho y no un privilegio, debemos actuar ya. Esto no va de izquierdas o derechas, va de sentido común. Criticar su gestión no es atacarla, es quererla. Y quererla significa hacer todo lo posible para que siga siendo ese orgullo que todos defendemos.
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