Una vivienda no es una familia

La Unión Europea se ha presentado durante años como un gran proyecto de unión, uniendo países y culturas bajo un mismo techo. Pero, ¿realmente estamos construyendo una familia o simplemente compartimos una casa?


En el fondo, Europa no es una sola familia. Es más bien una casa con dos familias muy diferentes: una al norte, con raíces en el calvinismo y una visión más pragmática y estructurada; y otra al sur, con tradiciones católicas y una forma más social y comunitaria de ver la vida.

El problema es que, al intentar unir estas dos familias bajo un mismo techo, no se ha tenido en cuenta que son dos familias diferentes, con valores y prioridades distintas. Es como si pensáramos que, solo por compartir una casa, ya somos una familia. Pero la realidad es que, si no se reconoce y respeta las diferencias, la casa se convierte en un lugar de tensiones y conflictos.

Este no es el primer intento de unir a estas dos familias. A lo largo de la historia, ha habido varios intentos de construir una casa común, y muchos de ellos han fracasado. Desde los tiempos de Carlomagno, pasando por el intento de Carlos V de unificar Europa bajo un solo imperio, la historia nos ha mostrado que la falta de respeto y comprensión entre estas dos visiones ha llevado a separaciones y conflictos.

De hecho, el origen del protestantismo se encuentra en la decisión de los nobles alemanes de rebelarse contra el intento de integración de Carlos V, lo que llevó a Martín Lutero a iniciar la Reforma Protestante. Esto resalta que las diferencias entre las visiones del norte y del sur de Europa son tan profundas que dieron lugar a la creación de una religión importante.

Sin embargo, también es importante reconocer que, si la Unión Europea optara por una visión que reconociera y respetara las diferencias entre estas dos familias, el sur podría aportar algo muy valioso a la unión. La cohesión del mundo católico, con su fuerte conexión con el mundo hispano e hispanoamericano, podría ser una oportunidad estratégica para fortalecer la posición de Europa en el escenario global. Pero esto solo sería posible si se construye desde la conciencia de que es una cohesión basada en los valores de la parte católica de la casa europea, y no en intentos de imponer una sola visión a toda la casa.

Al final del día, la pregunta es: ¿merece la pena seguir intentando construir una casa para dos familias que no se entienden? ¿O quizás sería más sensato construir casas que realmente reflejen las identidades y valores de cada familia?

Una vivienda compartida no es una familia. Y hasta que no seamos conscientes de esto, la casa europea seguirá siendo un lugar de tensiones más que de verdadera unión.

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