La izquierda necesaria

Un poco de nostalgia. Hace 8 años, a principios de 2014, cuando me enteré de la puesta en marcha de Podemos, en aquellos días en que todos los políticos estaban intentando entender cómo aprovechar, o aprovecharse, del movimiento 15M, pensé que Podemos podría ser algo estupendo para consolidar una nueva visión de izquierdas que compitiera con un PSOE lleno de vicios por todas partes. Mi entusiasmo solo duró semanas. Enseguida dinamitaron mis ilusiones.

En unos meses, aquel efímero equipo que lideraba Pablo Iglesias, ya había demostrado que Podemos era simplemente un ejercicio práctico de marketing político. Resultó evidente que era un puro experimento de desaprensivos en cuanto defendieron el paradigma de la revolución de octubre del 17 como modelo social de referencia y centraron sus propuestas en hashtags resultones pero de los que eran incapaces de hablar ni cinco minutos. Cuando basaron sus discursos en argumentos tan superficiales como “la banca es el enemigo” y posiciones tan adanistas como el descubrimiento (¡¡en el siglo XXI !!) del feminismo como si nadie hubiera trabajado antes en ello y conseguido grandes avances, nos dejaron bastante fácil entender que iban a terminar como están terminando.

Hay tres consecuencias terribles de la penosa singladura de Podemos en la política española:

  • Se ha perdido la ocasión de dar continuidad al movimiento 15M con un partido que respondiera de forma realista y honesta a las inquietudes de los indignados y, lo que es mucho peor, se ha generado una profunda frustración en las personas que estaban realmente ilusionadas con influir en la sociedad española.

  • Han provocado que el PSOE, lejos de renovarse y limpiarse para ser un digno portavoz de las necesidades sociales de la España del siglo XXI, haya decidido competir con Podemos copiando estúpidamente los fundamentos populistas del experimento de Pablo Iglesias.

  • Ha provocado que se asuma que no es necesario un partido de izquierdas o que las ideas y objetivos de la izquierda solo pueden ser liderados por oportunistas indocumentados como los que montaron podemos o los que hoy están dirigiendo el PSOE.

La tesis que quiero defender con estas líneas es que sí se necesita una izquierda, que alguien debería crearla y liderarla y que es vital desenmascarar a los sucedáneos que pretenden ocupar hoy ese espacio político y, a la mayor brevedad, reducir su influencia en los asuntos públicos.

Por definición, un partido de izquierdas debe centrarse en defender a los segmentos más necesitados de la sociedad, aquellos que tienen dificultad para defenderse por sí mismos, y a proponer cambios que signifiquen una evolución positiva para la sociedad, cambios que a los conservadores no les interesa promover por el riesgo que suponen para sus posiciones dominantes en la sociedad.

El liberalismo económico se esfuerza en convencernos de que no hace falta ninguna defensa de los desfavorecidos, que el mercado y sus agentes se ocuparán de ayudarles. O sea, como dicen en mi tierra, “Fíate de la Virgen y no corras” Es evidente que a los poderosos les viene muy bien que los desfavorecidos no se organicen, tan evidente como que esos desfavorecidos necesitan organizarse.

Una izquierda real en este siglo debe asumir las dimensiones de la realidad actual y romper con el viejísimo paradigma de la revolución de octubre. Debe empezar por revisar quiénes son los desfavorecidos hoy. Ya no son los asalariados los más desfavorecidos, ni siquiera todos los pensionistas. Los verdaderos desfavorecidos de hoy son aquellos a los que nadie reconoce derechos básicos o no tienen estructuras que los defiendan: los autoempleados, autónomos y microempresarios, muchos desempleados, algunos pensionistas y buena parte de los inmigrantes. Si una organización política no se ocupa prioritariamente de estos colectivos, aunque se le llene la boca de eslóganes teóricamente de izquierdas, no es de izquierdas. 

Una organización de izquierdas, por respeto a las personas a las que dice defender, se debe mantener, mucho más que los conservadores, en una defensa profunda de valores de honestidad y transparencia. Esto no significa que las personas que lideren o militen en ese tipo de organización no sean humanos y tengan, como en los partidos de derechas, tentaciones de utilizar las estructuras para su beneficio personal, significa que es mucho más importante que esas tentaciones fracasen. Se necesita humanidad en esas funciones y la humanidad implica esas debilidades, por supuesto, pero la organización debe estar por encima y vigilar y corregir esas tentaciones. Si te comprometes a defender a los desfavorecidos no puedes robarles. No es comparable con la tentación de utilizar inadecuadamente el dinero de una gran empresa o de un millonario.

Por todo esto creo que esa izquierda, una izquierda real y adaptada a nuestro tiempo, es absolutamente imprescindible. Me podéis llamar ingenuo, pero, a pesar de todo, sigo manteniendo la ilusión en que pronto alguien tomará esa bandera y hará realidad esa izquierda necesaria.


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