Colorear los huesos de los muertos

No sé si os pasa como a mi. Los recuerdos más antiguos suelen tener que ver con emociones muy fuertes. Mi recuerdo más antiguo lo provocó la ternura. Recuerdo, si cierro los ojos las puedo ver, mis manos pequeñas de niño agarradas a los dedos de las fuertes manos de mi padre.

Mi padre era un hombre bueno. Humilde en todo. Siempre rodeado de amigos. Mi padre había nacido en Cáceres pero mis abuelos emigraron a Huelva cuando él era casi un niño. Tenía esa sonrisa de los hombres buenos que te hace desear estar cerca de él. Con su voz ronca cantaba fandangos de Huelva con una pasión maravillosa.


Mi padre era de izquierdas. No ocultaba su simpatía por la izquierda a pesar de haber vivido casi toda su vida bajo la dictadura de Franco. No podía disimular su enfado cuando veía al “caudillo” en la tele.


Mi padre se había librado del servicio militar por ser el único hijo varón de una viuda, las leyes de entonces. Mi abuelo había muerto siendo él muy joven. Mi padre nació en 1914. En el 36 tenía 22 años. En Huelva el golpe triunfó enseguida y mi padre fue obligado a incorporarse a las filas del Ejército Nacional. Pasó mucho tiempo en el frente cerca de Alcalá de Guadaira. Nos contaba sus aventuras en el frente, cómo intentaba no disparar nunca y cuando no tenía más remedio que hacerlo procuraba no mirar a donde disparaba.


Mi padre no murió en el frente. En el frente, de dormir al raso, decía él, le salió un pólipo en las cuerdas vocales que cuarenta años después se convirtió en el cáncer de laringe que le costó la vida. Murió en diciembre del 74, con 60 años, muy pocos días antes de navidad. Este año se cumplen 47 años de su muerte. A él le hubiera encantado vivir la desaparición de Franco pero la muerte no le dió tiempo. Murió con esa pena.


Mi padre era de izquierdas. Luchó, contra su voluntad, en el ejército de Franco. Por su voluntad nunca hubiera formado parte de ningún ejército ni de ninguna guerra. Quizás, sin querer, en esos días que no tenía más remedio que disparar, mató a algún pobre soldado del ejército republicado. Mi padre nunca entendió porque tenían que morir sus compañeros del ejército nacional en el frente de Alcalá de Guadaira alcanzados por las balas de los republicanos ni los del bando de enfrente por las balas del ejército nacional.


Mi padre no murió en la guerra pero murió por la guerra. Los huesos de mi padre no tenían color. Ni rojo ni azul. Cómo no tenían color los huesos de sus compañeros de frente ni los del otro lado de la trinchera. A mi padre, como a muchos de su generación, le dolían las muertes de todos los que se habían visto obligados a participar en una guerra. Una guerra que solo tenía sentido para los que mandaban y, como todas las guerras, generaba muertes entre los mandados.


Ahora cada vez que escucho a algún político hablando del color de los huesos que se desentierran no puedo quitar de mi cabeza los dedos de mi padre a los que yo me agarraba. Los miserables que colorean los huesos de los muertos buscando su beneficio son los mismos, no es que sean iguales, es que son de verdad los mismos que vestidos de rojo o azúl provocan la muerte de miles de jóvenes sin colores en cada guerra.


Creo que lo más parecido al odio que he sentido en mi vida es lo que me hace apretar mis manos, ya sin los dedos de mi padre, cuando algún político busca alimentar su poder haciendo caldo con los huesos de mi padre coloreados de azul o de rojo.




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