Sin guiño no habrá Rey

Hay quien dice que los perros cuando se aproxima un terremoto lo perciben. Se ponen nerviosos porque, de alguna manera, saben que algo grave va a pasar. Los humanos no tenemos esa capacidad, al menos no de forma inconsciente, nuestra única opción es usar nuestro conocimiento, nuestra razón y, si somos sabios, nuestra intuición para deducir que algo traumático se aproxima.

La flagrante perfidia de los que ocupan los puestos de poder político en España y la desidia de los ciudadanos que tienen la capacidad y los medios para influir en nuestro futuro nos están aproximando a una situación límite a la que seguirá una gran explosión social. Los perros no nos ayudan en este caso con su percepción pero nuestra intuición nos dice que eso es lo que va a pasar.

Además de los políticos y de la élite de ciudadanos, hay una tercera pieza, singular y muy importante, que lleva ya demasiado tiempo mirando para otro lado. La tercera pieza es la corona. La tercera pieza en cuestión tiene nombre, un nombre concreto, rimbombante pero concreto. 

Felipe de Borbón, Felipe VI, está decidiendo en estos días (espero que sea consciente) si se sumará a la lista en la que ponemos a Fernando VII, Isabel II o Alfonso XIII o se siente capaz de alinearse con Felipe II, Carlos I o Carlos III.

Para Don Felipe será muy importante entender la diferencia entre implicarse y colaborar. Dicen que para hacer unos huevos fritos con jamón la gallina colabora y el cerdo se implica. El monarca, en este caso, le toca el rol del puerco y a los ciudadanos el papel de la gallina. Si no lo entiende elegirá, aunque sea inconscientemente, la lista de Alfonso XIII.

Los reyes, unos más que otros, siempre han tenido un poder relativo, siempre han tenido un poder auto otorgado. El ejemplo más claro de poder auto otorgado es el de Isabel I de Castilla. Ella decidió mandar y vaya si mandó. Quiero decir con esto que Felipe VI no puede esperar, si quiere conservar su empleo, que la ley, las instituciones o la providencia le garanticen la continuidad de su real asiento. Si él no hace nada no tardará en fijar su residencia en Estoril. Si, en algún momento, se le ha ocurrido pensar que no tiene muchas opciones, yo le diría, parafraseando lo que solía decir a mis directivos, que a reinar hay que llegar llorado. El trono no es lugar para lamentarse y gemir.

Para muchos españoles, y para algunos extranjeros, es conveniente o incluso importante colaborar (como la gallina) para que el Rey continúe en su sitio. Los monárquicos de corazón lo tendrán muy claro y los monárquicos de cartera lo verán nítido también. Algunos ciudadanos, por miedo o por conveniencia, estarían dispuestos a hacer algo, a colaborar, para conseguir que Felipe siga. Otros ciudadanos, confío en que sean muchos, entenderán que racionalmente el cambio en la jefatura del estado hoy no es, ni de lejos, una prioridad ni medianamente relevante para el futuro de los españoles. Muchos sabemos que tenemos tantas cosas que cambiar que no nos podemos distraer cambiando el uso del Palacio de la Zarzuela.

Pero el sujeto, el complemento directo y el complemento indirecto de esta oración es Felipe VI (debemos recordar que oración y sentencia son sinónimos). Los ciudadanos, en este asunto, son solo un complemento circunstancial. Nadie puede pedir responsabilidad a los españoles si el Rey sigue mirando al techo. Si los españoles dispuestos a hacer el rol de la gallina no reciben ni el mínimo guiño, el monarca debe tener claro que

Sin guiño no habrá Rey 

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